LAS AVES QUE MIGRAN / CAPÍTULO 13 DE CACAIMA

Ilustración : Fabián Andrés Coppola Luhr 
CAPITULO DECIMOTERCERO
LAS AVES QUE MIGRAN

 

Luego de permanecer junto a su madre como si aún descansara en su vientre, Cacaima despertó cuando el sol estaba en su cenit, toda la aldea estaba revuelta, se alistaba el ejército de valientes que se quedarían a enfrentarse con las fuerzas devastadoras de las hordas plateadas, también se comenzaba a vaciar los hogares y la casa grande. Los abuelos conjuraban sus oraciones, y ofrecían al fuego todo tipo de pagamento.

Así pasaron un par de días, antes de emprender la huida. Ariona tejía un manto con las indicaciones que daba Cacaima, sobre la ruta hacia la montaña blanca, lugar de los hombres de paz. Pronto llegaron noticias sobre el mensajero, quien se habría dejado seducir por las promesas y atenciones del capitán, le ofrecieron dotes y una posición generosa por revelar del lugar donde se encontraba la aldea, Cacaima que ya sabía los alcances y la audacia que tenía su enemigo, alertado por las aves migratorias, guardo el secreto de su plan para con el mensajero, quien ignoraba que todos saldrían por el pasadizo secreto en las entrañas de la montaña hacia el norte. Todos los habitantes pacíficos se sumaron a la gran marcha, abuelos, mujeres y niños, emprendieron su largo camino.

Los guerreros preparan la bienvenida al invasor, con sus atavíos más esbeltos para la guerra. La despedida de Cacaima con Ariona fue una mezcla de eternidad y gloria, el valor de ambos seres enorgullecía a toda la raza indígena. Ella tomaba la delantera en la migración llevando con dignidad el compromiso de llevar a todos a la montaña señala por el gran kuntur, esta vez sin miedo, sin pena, por el destino de Cacaima, finalmente se despidieron, había sido un regalo divino, el hijo de todas las madres, el hermano de todos los hijos. La imagen de todos los padres. No habría tanta dicha en el mundo, que la que sentía en ese momento, aquella mamá devota y abnegada.  

Los valientes con sus caras bravías, dispuestos al sacrificio se preparan para atravesar ese gran rio de la vida, a la orilla donde los dioses viven para siempre, estaban listos para transitar el inframundo con la frente en alto y demostrar su fuerza y su valor a los rostros pálidos de corazones apagados. Preparados todos para pasar sus almas por el fuego, ofrecer su sangre y así cumplir con su destino.

La selva comienza a impacientarse, las aves y los animales terrestres huyen de una lado a otro, se acercan los barbaros civilizados, sus perros hambrientos babean sobre los caminos sagrados, los nobles corceles jadean fatigados, entre el ruido sordo de la selva resuenan las armaduras de los temerarios hombres de hierro, sudan y maldicen sus pasos, víctimas de la espantosa fiebre del sueño dorado. El capitán ensancha su pecho por una gloria baldía y aprieta su rienda firme, y guia con ceguedad a su tropa desnutrida, son apenas treinta hombres bien armados y curtidos en el combate. Marchaban con las órdenes de su comandante Quevedo, hombre recio y despiadado, su interés más férreo era explorar toda la tierra que despojaba de sus verdaderos hijos y herederos… a su paso solo quedaban minas abiertas, donde sepultaba las vidas de aquellos que caían victimas de sus ambiciosos caprichos.  

Sobre la ruta a la montaña blanca, los abuelos fueron conjurando los caminos para que se ocultaran a los ojos ambiciosos de los hombres de hierro, la selva se fue cerrando al paso de los pueblos sobrevivientes a la invasión, protegiendo el tesoro de la vida. La solidaridad se hizo entonces, el bastión más fuerte de aquella peregrinación de los desposeídos. La retirada de los clanes está concluida, tras su paso dejan la huella en el viento, las memorias de toda su existencia se queda en cada piedra y cada planta floreciendo. Las estrellas que les hizo techo se mudan sobre sus cabezas y un lucero observa silencioso su trashumancia desde el occidente cuando comienza a tomar potestad de la tierra, la noche del novilunio. No solo han abandonado el vientre de la tierra que les dio la luz al día y la noche,  donde crecieron sus raíces y sus parcelas, también se han despojado de todas sus riquezas, ocultándolas en el misterio de la selva, viajan ligeros hacia el albor de un mañana asediado por las tinieblas.  

El ejército emplumado toma su posición de emboscada, se ocultan alrededor de la aldea, sobre los árboles, desde allí observan la tempestuosa lluvia de fuego que se abalanza sobre las casas de palma real, el ejército comandado por el cobarde capitán Jerónimo Hurtado de Mendoza, atacaba con toda su artillería, el estruendo de los cañones y arcabuces hacían temblar toda la tierra, seguro de su victoria no escatimo en dar su golpe más certero, y dejó caer sobre la aldea toda la arrogancia en la que se cimentaba su débil esfuerzo. Estaba allí por la gloria y honores, por las riquezas y el prestigio, buscando inmortalizar su nombre, su ceguedad no podría curarse ni con todas las antorchas del mundo encendidas, no podía ver que estaba cada vez más cerca de encontrarse con su verdadero destino, y que realmente merecía. Las tropas seguras de su ataque, se alistaban para entrar victoriosos en la aldea y pacificarla de un solo golpe.

El sol se fue apagando en el horizonte, mientras el viejo hogar del jaguar arde en llamas.

 

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Autor H.Martín 

Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a a creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).
Ilustración: Fabián Andrés Coppola Luhr 

Ilustrador Digital, Director de Arte y Publicista. Creador de imágenes a partir de la ilustración y la post producción fotográfica. Apasionado por el dibujo y el arte gráfico, con experiencia en el área digital y manual. Gerente de diseño en la empresa Kushki, enfocado en la identidad de marca.

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